Hoy te he pensado tan fuerte
que tu perfume ha hecho eco en toda mi cama,
y, por un momento, he vuelto a verte tumbada,
acurrucada entre todas las caricias que nos debemos.
¿Quién fue el descerebrado que decidió
que para querer más había que echar de menos?
Que venga y me lo explique,
y que intente cortarme las ganas
de salir corriendo tras los veintiocho pasos
que me vi obligado a recorrer contra mi voluntad.
Echar de menos va mucho más allá
de acordarme de cada uno de tus bostezos,
y de tu mirada de enfadada
cada vez que los interrumpía con mis dedos.
Es mucho más que los mordiscos
que mis labios necesitan de tu boca
para volver a sentirse
la parte más afortunada de mi cuerpo.
Y, por supuesto,
es mucho más que soñarte a cada rato
y no saber qué responder
cuando alguien me pregunta por tu nombre.
Aún creo en el amor, y sigo pensando
que tiene que ser algo parecido a nuestras caras
enfrentadas,
esperando a que alguno de los dos
sea capaz de transformar en besos todas las sonrisas,
o
al revés.
Tú, que te sientes diminuta, deberías saber
que las estrellas se despiertan cada noche
para que la luna les recite poesías
sobre los lunares y las curvas de tu espalda.
Porque no sé si te quiero más por echarte de menos,
pero tengo claro
que, mientras tú te piensas Troya en llamas,
yo te veo París en navidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario