sábado, 31 de diciembre de 2016

Dos mil dieciseis

Dos mil dieciséis,

te pido disculpas.

No he sabido entender tu calendario,

y dejarme llevar no ha sido lo que esperaba.

Empezaste fuerte,

como lo hacen todos los años,

pero me ocultaste que lo mejor de ti

iba a llegar casi al final.

Dímelo, querido año ¿por qué esperar al desenlace

si pudiste habérmelo dado en un principio?

Quizá, de haberlo sabido,

hubiese detenido las agujas del reloj

en aquel cinco de octubre

donde destrocé la venda de mis ojos

para colocarme un pósit con su nombre

y una larga lista de sueños por cumplir
                     (siempre con ella).

¿Cómo me explicas

que alguien que llega sin hacer ruido

acabe formando dentro de mí

la orquesta más armónica del universo?

Aún sigo sin comprender

por qué tardaste tanto tiempo

en darme una razón de carne y hueso

para empezar a creer en suerte.

Y arguméntame tu necesidad incontrolable

de dejarme huérfano de risas a las primeras de cambio.

Porque he bailado en sus caderas

sin tener ni la más remota idea

de cómo bailarle de puntillas

en escenarios peligrosos.

Porque he reído en sus pupilas

y ahora soy consciente del significado de alegría.

Porque he soñado en su pecho

con mil historias de amor y sus finales felices.

Pero no he vivido en su conciencia

ni la infinita parte de lo que me hubiera gustado.

¿Cómo me convenzo

de que tengo que ser f(s)uerte

si he dejado que se lleve

las ascuas que calman este frío?

Explícame por qué estoy jodido,

porque estoy jodido.

Sería conveniente confesar

que aunque me haga el valiente

y parezca que el olvido ya ha hecho mella

sigo despertándome con su silueta en mi memoria.

Y no acabes sin antes recordarme,

que a pesar de la ausencia,

me ha llenado de vida

con su azul y su trébol de la suerte.

martes, 20 de diciembre de 2016

Silencios que gritan

Ahora entiendo lo que hieren los silencios cuando gritan a deshoras. Y empiezo a comprender que tu ausencia aviva el frío que, este invierno, duele el doble. Tuerzo la mirada y no te veo, y es la sensación más asfixiante que he vivido.

Las ganas de estrujarte, como quien estruja de la mano a un ser querido para no dejarle marchar, están ganando la batalla. Esa misma que, un día, tú y yo dejamos a medias por miedo a que alguno de los dos perdiera, y en la que te estás volviendo la clara vencedora. Me dejé guiar por lo correcto y no por lo que sentía, y ahora sé que fue un error, uno de esos en los que, en lugar de aprender, te acabas arrepintiendo toda la vida.

Prefería refugiarme en tu mirada, porque era capaz de decirme todo aquello que tú callabas. Y prefiero no contarte cómo tuve el valor de perderme en tus caderas, cómo me atraparon y cómo involuntariamente convertiste el laberinto más sencillo en un callejón sin salida. En el que una vez dentro, nadie quiere salir y, sin embargo, me he visto obligado a hacerlo.

Decidí aprenderme el sonido de tu sístole y tu diástole, conocer cómo funciona tu pecho e intentar bailar al ritmo de tus latidos, sin darme cuenta de que eras tú la encargada de enseñarme a bailar y, mientras tanto, yo solo sabía dar pasos en falso.


Me empujo al precipicio cada vez que intento contemplar nuestras fotos sin derramar alguna lágrima, y puedo asegurarte que aún no lo he conseguido. Y quizá ese sea el motivo por el que juré no volver a verlas, no hasta sanar la herida, esa herida que me arriesgué a dejar abierta por si en algún momento reconsiderabas la idea de volver y romper este silencio, el que ahora mismo grita todo lo que te echo de menos.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Descripción imperfecta

Podría describir tu cuerpo con tal exactitud

que miles de poetas intentarían enamorarse

de cualquiera de tus razones y, aun así,

seguirían envidiándome por haberte conocido antes.

Podría describir cualquier parte de tu cuerpo de tal forma

que hasta un desconocido

acabaría enloqueciendo

por cada uno de tus pequeños detalles.

Porque ya sabes que es ahí

donde se marcan las diferencias,

donde tropecé voluntariamente una vez

y donde sigo haciéndolo a cada latido.

Sí, no lo niego, tus pequeños detalles son piedras

y están colocadas estratégicamente

para que día tras día tropiece con una diferente,

y cuando acabo, vuelta a empezar.

Y tropiezo una vez, y dos, y tres, y mil,

y las que sean necesarias,

porque necesito saberte de memoria,

porque no quiero olvidar ni un solo milímetro de tu piel.

(Maldita dependencia emocional)

Ni te imaginas cuanto lamento

limitarme a describir tu apariencia,

pero para intentar explicar todas las hogueras

que inconscientemente has encendido dentro de mí

deberías saber que yo soy más de distancias cortas,

y que ahora no estás cerca.

Podría salir a la calle y venderme

a la primera que me dedicase una sonrisa

pero mi miopía es tan jodida

que no me deja ver más allá de tus ojos.

Entiéndelo, que no es cuestión

de encontrar a otra persona,

sino de descifrarme a mí mismo,

y desde hace algún tiempo estoy perdido (en ti).

Tengo la necesidad incontrolable

de ir a buscarte (y encontrarme),

y destrozarte la boca a besos,

y al mismo tiempo coser nuestros corazones.

Pero estoy roto, quebrado,

hecho trocitos diminutos.

Treinta mil pedazos con tu nombre

que hacen ruido mientras intento seguir tus huellas,

esas mismas que un día guardé

por si en alguna ocasión conseguía reunir el valor

para seguirte una vez más

y describirte con detalle toda la luz que me has dado.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Vuelvo a soñar despierto

Aún te sueño, y dicen que soñar es vivir.

Es vivir hasta que despiertas,

y comprendes que solo es eso, un sueño.

Pero no hablemos del fatídico final

de abrir los ojos y no verte,

porque no te haces a la idea

de lo que significa despertarme y darme cuenta

de que ya no ocupas el lado derecho de la cama.

Mejor hablemos de ti. Y de mí.

Hablemos de nuestra habilidad

para ajustarnos a un metro cuadrado de colchón

y hacer que pareciese

el rincón más maravilloso del universo.

Tú tan David, y yo tan Goliat.

Tú, que siempre has sido

el frasco pequeño de las esencias grandes.

Y yo, que siempre he sido

el gigante idiota de los libros de aventuras.

Explícame por qué para mirarte

tenía la jodida necesidad de alzar el cuello.

Y por qué a pesar de los veinticuatro centímetros

que bajaba hasta tus labios

tenía la sensación de que subía al mismísimo cielo.

Dame una treintena de motivos para dejar de pensarte,

y perdona si he tenido que perderte

para enamorarme de tus caricias,

pero es ahora cuando más las necesito.

Hablemos, si me dejas, de la cicatriz de tu barbilla

y mi destreza de mago sin trucos,

y de cómo cojones me aguanté las ganas de besarte el alma

el mismo día que acariciaste mis rodillas.

Me sigue pareciendo una quimera

haber sido preferencia

entre todos tus pensamientos,

y el no haber sabido mantenerme ahí

no hace más que hacerme sentir

el hombre más idiota de este puto planeta.

Perdóname si alguna vez vuelvo a pensar en ti y en mí como 
“nosotros”,

ya me entiendes,

pero las ganas de volver a ser “uno” me están ganando.

Vuelvo a soñar despierto.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Sonríe a la suerte

Reírnos siempre ha sido nuestra mejor arma.

Hemos sido verdaderos expertos

en el arte de transformar en carcajadas

los momentos más serios.

Porque siempre me lo he preguntado,

¿de qué sirve ser serio en esta vida

si al final, lo que nos acaba enamorando

es una sonrisa de cristal?

Por eso, sonríeme mientras te convierto en verso

porque necesito letras transparentes.

Y luego vísteme despacio, que tengo prisa,

pero que desvestirme no te lleve mucho tiempo.

Nunca me he atrevido a confesarte

que en el momento en que besé tus labios

dejaste de ser utopía para convertirte

en el motivo más bonito para dejar de soñar

y empezar a creer que la suerte sí existe,

que no hay que buscarla, ni encontrarla,

que tiene que acompañarte,

y ya lo hacías.

Y ya que nos ponemos sinceros

déjame decirte que lo que más me gustaba de ti

eras tú, entera, tu forma de volar,

sin adjetivos que limitasen

todo lo que eras capaz de darme

y hacerme sentir a la vez.

Y puede que sea esa la razón

por la que ahora mismo me siento vacío,

como un colegio en verano,

como una guitarra sin cuerdas.

Ahora que lo pienso

cada uno de mis acordes

llevaba colgadas tus iniciales,

y quizá, por eso, los escuchaba

mucho mejor de lo que sonaban.

Y ahora que te pienso, quiérete.

Que nadie sea capaz de derrumbar tus muros

ni de querer cortar las alas que te hacen libre,


porque lo bueno, si libre, dos veces bueno.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Recuérdame

Recuérdame, pequeña risa frágil, todo lo que nos hemos dado,

y todo aquello que hemos dejado pendiente.

Recuérdame todas las canciones que no dejamos de escuchar

pero que no tuvimos el valor de cantarlas

por temor a aprendernos la letra,

o miedo de aprender nuestras voces.

Recuérdame el color de tus alas si algún día se me olvida,

porque preferí observar cada marca de tus ojos

y memorizar los surcos de tus mejillas

mientras sonreías descontrolada.

Recuérdame por qué decidí seguir cada uno de tus pasos

en lugar hacer mi propio camino.

Recuérdame las coordenadas de los lunares que te habitan,

porque son brújula en el desierto.

Recuérdame por qué el café sabe mejor si es de tus labios,

pero no te olvides de demostrármelo.

Recuérdame tus abrazos de dormida por las noches,

y tus muecas de cansada al despertar.

Recuérdame que no es sencillo apartarse de quién quieres,

pero házmelo un poco más fácil.

Ríe, canta, sueña, vive, baila, vuela, bebe, y sé feliz.


Pero no me olvides. 

Recuérdame.