No busquéis pretextos ni argumentos,
pues el tiempo es algo que unas veces te acompaña
y otras veces te deslumbra,
haciéndote perder el norte.
¿Quién me lo diría?
Que forzarme a ir en dirección opuesta
me traería un bosque de cerezos inmortales
tatuados en la piel.
O que un café, que ni si quiera gusta,
y un paseo improvisado y sin motivo
provocarían el eclipse lunar
más duradero de la historia.
No tenéis ni idea
de lo que es soñar despiertos
si todavía
no habéis sido capaces
de mirarla cara a cara
e interrumpir cada uno de los besos
para ver cómo es capaz de convertir en arte
los movimientos arqueados de sus labios.
Porque os juro
que cuando sonríe
los planetas se olvidan del Sol
y giran en torno a Ella.
No es de este mundo,
porque si lo fuese
cambiaría por completo el significado
que hoy le atribuimos al amor.
¿Nunca nadie ha pensado
que Dios, en realidad, es mujer?
Yo he dejado de pensarlo
para empezar a creerlo,
porque es imposible que esa forma de pestañear
sea propia de un ser humano.
Y estoy seguro de que Pablo Benavente
la tenía en mente cuando dijo aquello
de que “Ella no es perfecta,
es exacta”.
Qué más da si me ha cambiado hasta el latido.
Lo importante es que ahora mi norte es sur,
que mi reloj retrocede en su presencia
y que todo tiene un motivo: Ella.